Nadie nos preguntó si queríamos nacer.
Nadie nos permitió elegir la familia con la cual vamos a pasar el resto de nuestras vidas.Nadie nos dejó decidir qué cuerpo o aspecto deseábamos tener.
Nadie nos consultó acerca de cuál queríamos que fuera nuestro lugar en el mundo.
Y así es la vida. De eso se trata, quizás. A cada persona se le asignan determinadas 'cartas' con las cuales jugar. Algunos le adjudican semejante responsabilidad a Dios, otros al destino, o simplemente al azar. Nadie sabe con seguridad a quién le pertenece la tarea de repartir nuestras condiciones, quién fue el que tomó estas decisiones por nosotros.
Lo único realmente cierto es que desde el mismísimo momento en el que nuestro corazón da su primer latido, todos nos transformamos en jugadores, ¿limitados? por esas cartas.
Cada uno elige qué hacer, cómo jugar con lo que nos tocó. Algunos juegan a ganar, a costa de todo y de todos. Otros parecieran empecinados en perder, sumergidos en cosas vacías, superficiales. Y están los que no se fijan en la meta, sino en el camino. Esos son a los que les interesa disfrutar de este juego al que llamamos vida, los que son verdaderamente conscientes de que, en definitiva, el final de todos va a ser el mismo: la muerte.
Los verdaderos "ganadores" son los que supieron aprovechar cada segundo, pisando fuerte cada paso, llenándose el cuerpo y el alma con cada respiración, sintiendo a flor de piel cada instante dentro de este mundo. "Perdedores" son aquellos que mueren sin penas ni glorias, los que nunca se jugaron por nada, los que pecaron de moderados y conservadores perdiéndose, nada más y nada menos, que la adrenalina de vivir.
Las cartas que tenemos no son sentencias de sufrimiento, ni garantías de felicidad. El secreto está en saber jugar, en saber cómo encarar la vida más allá de las trabas. Ahí está la adrenalina. En correr riesgos, superar obstáculos y no bajar nunca los brazos.
Nadie dice que sea fácil... Pero vale la pena.